‘Vida de Adil’, la vida real a escena
24/12/2018
Susana R. Sousa
Hace cuatro años nació ‘Essencia’. Festival de la teatralidad, un encuentro para ver, hablar y pensar el teatro en la sala Cuarta Pared. Un festival que nace con el objetivo de dar respuesta a la pregunta ¿qué es el teatro? y que engloba tantas cuestiones como espectadores. ¿Por qué en esta obra se han utilizado luces de colores? ¿por qué el escenario está vacío? ¿por qué el director ha elegido a esos actores y no a otros? ¿cómo se prepara una función?
Si la pasada edición el eje que vertebraba el festival era la búsqueda de la felicidad, en esta han sido las vidas ajenas. Los cuatro ciclos que conforman ‘Essencia’, han girado alrededor de historias de personas reales que han prestado sus vivencias a los diferentes creadores para configurar su propuesta. Contar la vida de otro o inspirarse en ella para explorar todos los recovecos de la creación artística.
‘Vida de Adil’ es la última propuesta que ha podido verse en el marco de ‘Essencia’, dentro del ciclo: Inestables, el cuarto y último del festival. Una creación de Angelina Mrakic´y David Hernández que aborda la incógnita del destino. Dos actores dan voz al protagonista de esta historia: Adil, un irakí nacido en Bagdag que en 1982, al comienzo de la guerra de Irak, fue obligado a movilizarse al frente. Su vida, a partir de este momento, se convierte en un pozo de inestabilidad y desesperanza. Sufrimiento y miseria que los actores Jordi Gimeno y Antonio de la Fuente logran trasladar más allá del escenario con su espléndida interpretación. Adil joven y Adil maduro, o el mismo Adil que desde su butaca proyecta en escena los momentos más emotivos de su vida. Los más duros. Una vida difícil que, sobre el escenario de la Cuarta Pared, ese que se confunde con el patio de butacas, porque al final todos somos uno, nos agarra del pecho y nos zarandea.
Lo peor que le puede pasar a un país es que albergue petróleo en su interior. Lejos quedan las noticias que escupen cada día los telediarios. Sobre el escenario, la estadística desaparece y el número de muertos se hace carne. Es entonces cuando la vida cobra sentido.
Adil cocina, Adil baila, Adil trabaja duramente en presidio, sobre la cima de una montaña, Adil enferma, Adil llega a España, Adil saluda a los muertos del cementerio cada vez que pasa por uno y envidia su paz. Ellos ya no necesitan nada y nadie va a humillarles ni a matarles de hambre. Ellos ya.
La música de Isaac del Pozo es otro de los protagonistas de ‘Vida de Adil’, la tenemos en directo y arropa a los actores en cada una de sus emociones compartidas. Por otro lado, la inestabilidad de la vida de Adil, la incapacidad de planear un futuro, la necesidad de moldear su cuerpo a las circunstancias (quizás también su alma) está representada también en las estructuras de alambre de David González que conviven en el escenario con los actores y el espectador. Éste, protagonista de un festival que se basa en el encuentro, culmina, con su presencia, el montaje.
Necesitamos proyectos como éste que pongan nombre y apellidos a las vidas de los otros, esos que creemos que están tan lejos y que nos son tan ajenos. Solo de esta forma surgirá la empatía y el mundo empezará a deconstruirse y se convertirá en un lugar más amable para todos.
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