La elección de los textos, la puesta en escena, la dirección y la interpretación dan como resultado un excelente montaje que va a permanecer en los corazones mucho tiempo

Un día, a Nines Carrascal y a Gema Matarranz se les ocurrió, que, asentadas como estaban en Granada, podían sumergirse un poco más en la obra de Federico García Lorca y, a pesar del vértigo que supone representar al poeta en su tierra, consideraron revisitar ‘Yerma’. Sin embargo, tras hablar con la persona que querían que dirigiera el montaje, Juan Carlos Rubio, ‘Yerma’ dio paso a ‘Lorca, la correspondencia personal’.

Juan Carlos Rubio ya había escrito y dirigido su montaje anterior ‘Arizona’, que obtuvo dos nominaciones a los Premios Max 2016, así que no fue difícil volver a formar equipo con Histrión Teatro.

Esta conexión se transmite desde el primer instante en el que los dos Lorca, Gema Matarranz y Alejandro Vera, salen a escena. Lo primero que nos cuentan es que lo que vamos a ver no es entretenimiento, sino verdad, mientras desmontan la escenografía que simula el salón de una casa. Fuera lámparas, fuera mesa, fuera sillas, fuera alfombra y cortinas. El atrezzo no nos sirve, porque vamos a hablar de poesía, de sentimientos, de teatro, de la luz y de la oscuridad que acompañaban al poeta que, sin embargo, nunca dejó de ser niño. Al niño, que nunca dejó de ser poeta.

El texto recoge escritos de Lorca de todas las épocas, desde sus cartas personales, hasta conferencias, conversaciones y poemas. Su amistad con Dalí, su relación con sus amados padres, sus ganas irrefrenables de amar y, al mismo tiempo, de escribir y, al mismo tiempo, de triunfar y, al mismo tiempo, de refugiarse. La compleja personalidad de Lorca nos permite disfrutar de cada uno de sus prismas, pero también de sufrir por su herida. Gema Matarranz y Alejandro Vera hacen un extraordinario trabajo sobre el escenario desnudo. Sincronizados al milímetro con cada pasaje y cada personaje que interpretan, porque en ellos no solo vemos a Lorca, sino también a Dalí, a sus padres, a su editor…

Federico pudo ser quien fue, no solo por lo que ya nació siendo, sino gracias a unos padres que le permitieron, no sin algunas reticencias, volar libre. Primero a Madrid y después a Nueva York, La Habana… ¿por qué no? El mundo era grande y se le quedaba pequeño, como alguna vez se le quedó pequeño Granada, como a nosotros, el público, se nos queda pequeña cualquier obra suya, porque siempre queremos más.

La escenografía, de Curt Allen Wilmer, consistente en un muro de archivos desde el que Lorca, los dos Lorca, van extrayendo recuerdos, cartas, libros y momentos, es perfecta para la puesta en escena ideada por Juan Carlos Rubio. El ritmo es ágil, la palabra siempre luminosa, a veces, Lorca se enfada, otras se entristece, porque nos está mostrando su última hora de vida llena de recuerdos. Solo tenía 38 años cuando lo mataron.

‘Lorca, la correspondencia personal’ no es un documental sobre el poeta, es “un viaje por su mente” como apunta Juan Carlos Rubio. Y así es como lo vive el público, que, emocionado, agradece con aplausos y ‘bravos’ la función vivida.

Al final de la función, hay un encuentro con el público en el que Nines Carrascal agradece estar en Madrid, por fin, tras una gira por todo el territorio que ha superado las 100 funciones. Una gira que ha llevado a todo el equipo hasta pueblos pequeños de la geografía española, incluido Bermillo de Sayago (Zamora), pueblo natal de la propia Nines.

A pesar de que estamos ante uno de los autores más representados en nuestro país y uno de los más conocidos internacionalmente, todos los dramaturgos y actores que han trabajado con sus obras reconocen que no conocemos a Federico García Lorca. Y que, seguramente, nunca llegaremos a conocerlo. Sin embargo, visitarle es beber un poco de su néctar y sentirse un poquito más cerca de él y de su pasión por la vida.