‘La velocidad del otoño’ regala la belleza de la vejez
27/02/2017
Mayelit Valera Arvelo
Poética, hermosa y muy bien actuada es la obra ‘La velocidad del otoño’, que se está presentando en el Teatro Bellas Artes. Una pieza de Eric Coble, que bajo la dirección de Magüi Mira, se pasea por la vejez, por esa etapa del ser humano que tanto intimida, asusta y hasta aparta; pero que a la vez tiene su toque de belleza, al mostrarnos suspiros y miradas de sabiduría. Un montaje de Pentación espectáculos con versión de Bernabé Rico.
Aunque lo queramos evitar, al pasar los días todos sumamos números a nuestros calendarios, es ley de vida, todos vamos para allá, hacia la tercera edad. Una etapa muy difícil de asimilar, por los cambios físicos y el entorno que hay que enfrentar. Por eso nunca estamos preparados, nadie quiere depender de otras personas, verse encerrado y mucho menos apartado de su libertad.
Por eso, Alejandra (protagonista de la pieza), interpretada de forma magistral por Lola Herrera, se resiste a salir de su casa a sus 81 años, “no voy a ir a una residencia jamás”, le grita a su hijo Cris (Juanjo Artero), quien ha venido desde Suiza para hacerla entrar en razón y evitar que queme la casa – con ella dentro –porque ella se niega a salir y abandonar su hogar, el cual es el plan de sus otros dos hijos.
Su incoherente actitud para algunos, es la más correcta para ella, porque no desea dejar su hogar para irse a una residencia. Y aunque está consciente de que su cuerpo ya no le responde igual, que le tiene que pedir permiso a una pierna para mover la otra, y a veces se siente inútil; ella sigue en pie de lucha por su decreto firme de “morir, pero en su casa”, ella continuará peleando por lo que desea, aunque no la comprendan.
Una historia conmovedora, que se fusiona con una maravillosa puesta en escena y actuaciones magníficas que tocan la fibra de los espectadores, haciéndonos pensar y reflexionar sobre el tema. Y entre risas y regaños, entre madre e hijo, se compenetran para tejer un hilo de complicidad donde logran unir sus fuerzas para defender una misma causa, el deseo de volar, el de ser libres.
En el escenario se aprecia un sillón rojo que muestra el ímpetu de sus ideales, ella, con sus cabellos plateados, viste de color rosa, parece una gran flor que deslumbra la escena. Alrededor del escenario las botellas con las que atenta incendiar la casa. De fondo una pared por donde se puede apreciar un gran árbol, y del otro lado una estructura donde cuelgan varios objetos que rememoran su pasado: maletas, flores, vestidos, zapatos, entre otros accesorios que han marcado su vida.
Sus miradas son palabras que llegan a los corazones de los espectadores. Con frases afiladas dibujan perfectamente cada personaje, los cuales son unos enamorados de la vida, pero preparados para el despegue, e impregnados de felicidad. Saben que están de paso, un tiempo muy corto que quisieran alargar, pero no pueden. Porque al final todos “llegamos al mundo de los viejos”.
La puesta en escena mantiene un ritmo constante, con un amor que sobrepasa todas las adversidades. Hasta dos pisos de altura que se desvanecen para que una madre se reencuentre con su hijo luego de muchos años de ausencia.
La pieza dura una hora y 15 minutos, para colmarse con efusivos aplausos y suspiros que retumban las paredes del Teatro Bellas Artes por la magistral representación. “Porque en la vejez también existe la belleza”, dice Alejandra para seguir bailando. Una obra preciosa que no se pueden perder.
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