‘La cantante calva’, tan actual y tan absurda
04/06/2018
Mayelit Valera Arvelo
‘La Cantante Calva’ de Eugène Ionesco se estrenó por primera vez en 1950 en Francia y 67 años más tarde, sigue brillando en los escenarios del mundo con su ingenio.
Pero ya no sabemos si es tan absurda como antes, y no porque haya cambiado el texto, sino porque la sociedad cada vez se parece más a esos diálogos inconexos donde no nos escuchamos, no nos vemos, estamos cerca pero no nos sentimos, y es que nos hemos aislado dentro de un mundo que ha dejado de ser sensible para alejarse de los demás.
La pieza cuenta con la versión de Natalia Menéndez, bajo la perspicaz dirección de Luis Luque, quien señala que «esta historia es el resultado de la deshumanización y la soledad. Esa es la violencia oculta de la trama”. Un montaje maravilloso, encantador, que embelesa a los espectadores durante hora y 20 minutos al utilizar recursos llamativos y un reparto excepcional.
Y aunque hayas visto la pieza infinidad de veces, siempre es como la primera vez, quedas fascinado con esos diálogos incongruentes, con esa pluma que ha marcado la historia teatral; y aunque en el momento de su estreno fue considera un fracaso, hoy vemos como sobrepasó todas las expectativas y se ha mantenido en el tiempo con más vigencia que nunca. Y es que en la actualidad vivimos en un mundo tan absurdo como la misma obra, donde muchas veces la realidad supera la ficción.
De este modo no encontramos con este excepcional trabajo en el Teatro La Latina, que cuenta con unas actuaciones geniales, quienes atrapan al público con gran facilidad, ellos son: Adriana Ozores, Helena Lanza, Fernando Tejero, Carmen Ruiz, Joaquín Climent y Javier Pereira, un sexteto que se mueve al escuchar las campanadas de un gran reloj que cuelga del techo, el cual también se convertirá en luces de discoteca y hasta en el ojo de espiar de la puerta.
Un reparto que no sólo actúa, sino que se divierte al máximo con cada escena. Es así como nos conectamos con estos atípicos esposos Smith, quienes no se escuchan, aunque estén tan cerca; mientras los esposos Martin no se reconocen, “que extraño, que curioso, no lo recuerdo”. A ellos se les suma una sirvienta irreverente y desquiciada, capaz de levantarle la voz a los dueños de la casa, y junto a ellos, el inquieto bombero, quien tiene una misión, apagar todos los fuegos que estén latentes.
Todo transcurre dentro de una casa inglesa al estilo de los años 60, con una escalera en el medio y cinco sillas que se moverán al antojo de sus personajes. Con acordes musicales, luces y por momentos un humo blanco que cubre la escena. Realmente un montaje que podría verse varias veces sin cansancio. Dentro de un ambiente de frescura que hace reír y los presentes, y al final, volver a comenzar, porque así es la obra, cíclica.
Es así como nos convertimos en testigos de estos personajes que están físicamente cerca, pero no pueden llegar a comunicarse de forma efectiva. Y con este recurso Ionesco quiso mostrar el ser humano del siglo XX, un ser incomprendido e incomprensible. Y en ese sentido, la obra puede considerarse como una tragedia del lenguaje, donde los diálogos se fragmentan tanto que en la última escena de la obra que llegan a ser sílabas sueltas carentes de sentido.
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