‘Gazoline’, contra el racismo y los estereotipos
26/04/2019
Susana R. Sousa
Ola de violencia que sacudió Francia en 2005 (Agencia EFE)
– 27 octubre.- Dos adolescentes de Clichy-sous-Bois, Bouna Traore, de 15 años, y Zyed Benna, de 17, mueren electrocutados dentro de una subestación, donde se escondieron al creerse perseguidos por la policía. Un tercer adolescente resulta herido. Estas muertes provocan la ira de unos 200 jóvenes, que comienzan los disturbios. 15 vehículos son incendiados.
– 28 octubre.- En el barrio parisino de Chene-Pointu, unos 400 jóvenes se enfrentan de madrugada a unos 250 a 300 policías. Siete agentes resultan heridos leves. Una treintena de vehículos es incendiada.
– 29 octubre.- Unas 500 personas marchan en silencio en tributo a los fallecidos. Encabezan la marcha jóvenes que visten camisetas con el lema «Muertos por nada».
– 30 octubre.- El ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, niega que los policías persiguieran a las víctimas, defiende la «tolerancia cero» en violencia urbana y llama «escoria» a sus protagonistas. Varios escuadrones de gendarmes son enviados a Clichy-sous-Bois.
Los alborotos repuntan en otras zonas como Clychy, Montfermeil y La Forestiére, donde fue lanzada, dentro de una mezquita, una granada lacrimógena del tipo utilizado por la policía. Seis agentes resultan heridos leves y 11 personas detenidas.
El conflicto a escena
‘Gazoline’ no era un texto que estuviera condenado a quedarse dentro de un cajón, a pesar de que su autor, Jordi Casanovas, llevara 12 años esperando ponerlo en escena. Un texto como éste no podía quedar en el olvido y es una suerte que, ahora, precisamente ahora, podamos verlo en carne y hueso en el Teatro Conde Duque. Es necesario que así sea y, aunque no es obra de los dioses ni producto de la casualidad, ‘Gazoline’ aparece ante nosotros cuando más lo necesitamos.
No vivimos buenos tiempos. Tras la aparición en escena de aquellos lodos que pensábamos enterrados, de ideas supremacistas que pretenden separarnos por colores, urgen espacios de visibilización y de escucha. También en las artes.
Desde La Joven Compañía se dieron cuenta de que, mientras sus obras estaban casi en su totalidad interpretadas por jóvenes blancos, el público que iba a verlas era multiracial y multiétnico. Esto les hizo tomar conciencia de que no estaban representando la realidad social del momento y de que debían hacerlo. A través del programa Razas, iniciaron unos talleres para configurar el elenco no solo de ‘Gazoline’, sino de otras producciones de la compañía. Producciones con las que pretenden dejar de lado los estereotipos a los que se enfrentan los actores que no son blancos.
El estreno de ‘Gazoline’ llenó la sala del Teatro Conde Duque, no solo de público, sino de representantes de entidades públicas y privadas que han participado de alguna forma en el proyecto. Ninguno de los presentes disimulaba su expectación por ver encarnada por actores de La Joven la obra de Casanovas.
El fondo del escenario está dominado por una pantalla en la que se van proyectando imágenes diversas relacionadas con los disturbios de París de 2005. Hechos de los que parte el texto y momento histórico en el que se instalan los cinco protagonistas de ‘Gazoline’. El conflicto local nos transporta al conflicto universal, pasando por la historia personal de cada uno de los personajes representados por los cinco espléndidos actores. Son jóvenes, pero sus ganas de contarnos quiénes son y la labor de La Joven ha permitido que su talento en escena se manifieste sin concesiones. Particularmente, me quedo con la interpretación de ellas: María Elaidi (Eunise) y Delia Seriche (Christine), pero sin desmerecer la de los chicos, por supuesto.
Naïm (Mard B.Ase) y Omar (Prince Ezeanyim) llegan corriendo hasta un lugar apartado en el que se encuentra el coche que han decidido quemar. Es el coche de un blanco rico que pasa por allí de vez en cuando a ver a su amante y que representa todo aquello que los jóvenes odian. Omar no tiene muy clara la importancia de esa reunión con Naïm ni el significado que tiene quemar ese coche. Él está allí por otros motivos. André (Jean Cruz), el «cerebro» de la «banda» no ha aparecido y Naïm está preocupado. Discuten. El bidón de gasolina que Omar tendría que haber llevado lleno, está vacío y sin gasolina no hay fuego. En medio de su discusión, aparecen Eunise y Christine que añaden ‘gasolina’ al encuentro, aunque no la que necesitan para quemar el coche.
El ritmo es ágil y los cinco actores se mueven por el escenario como si éste fuera su hábitat natural. La energía que despliegan va unida a la emoción que, sin duda, les llega desde el patio de butacas. Una emoción que no es estéril, porque continúa allí tiempo después, como bien apunta Jordi Casanovas cuando habla de lo que es para él el teatro: «Entiendo el teatro como estos sueños de los que, una vez te despiertas, sientes que sabes algo más, pero no sabes qué. Quizás has aprendido a sobrevivir o a superar un dolor o no sabes muy bien qué. Es inconsciente. Entra por la emoción».
Los personajes de la obra necesitan que se les escuche y se les mire a los ojos. Que se les reconozca como seres humanos con contradicciones, flaquezas y sueños. También los actores y las personas que rugen dentro de ellos quieren ser escuchados. «Estamos aquí y tenemos derecho a lo mismo que vosotros» es el mensaje. El teatro es un bis a bis en el que público no es ajeno a esta necesidad. O no debe serlo. Como no lo es el autor al escribir el texto ni los actores al darle cuerpo, alma y voz.
La acogida de ‘Gazoline’ se traduce en un largo aplauso y ovaciones al final de la función, con todo el patio de butacas en pie esperando dar la enhorabuena a todo el equipo. Aprovechamos para dejar escrita aquí nuestra felicitación por un trabajo tan magnífico, esperando que tenga el mismo éxito que otras producciones de La Joven Compañía.
Felicidades y gracias.
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