‘El éxtasis de los insaciables’, una obra inclasificable
22/04/2017
Susana R. Sousa
El 18 de septiembre de 1939, Stanislaw Ignacy Witkiewicz se suicida dejando un legado artístico inabarcable e insustituible. Su padre quiso que fuera educado al margen de las instituciones, con profesores en casa y de manera autodidacta y no sabemos si fue esto lo que le convirtió en el artista inclasificable y extremo que es, pero algunos le consideran el Dalí polaco. Filosofía, ensayo, teatro, pintura. Su obra artística es controvertida, frenética y provocadora, como lo fue su vida, pero no fue descubierta hasta después de su muerte.
“El éxtasis de los insaciables” es la puesta en escena de una parte del material dramático de Stanislaw, incluyendo su novela “Insaciabilidad” de 1930. Una de las obras de la literatura universal en las que el artista polaco reúne sus ideas fundamentales sobre el arte, la política, la filosofía y la historia.
Raúl Chacón es el hijo consentido y esquizoide de una aristócrata alcohólica, Socorro Anadón. Ambos espléndidos. Se odian con una idolatría neurasténica, al tiempo que dependen el uno del otro hasta el extremo. Eeva Karoliina es la prometida, una prostituta loca y seductora que explota en cada gesto y Malcolm Sitté es el noble que provee de cocaína a la familia. La música en directo de ErRor Humano y la acertada iluminación, de la que también es responsable Mikolaj Bielski, nos adentra en un espacio de degradación posmoderna, con una estética fascinante. Los personajes no logran comunicarse, a pesar de que hablan y hablan, gritan y gimen, en un mundo que parece que les haya dado demasiado. Ese mundo regalado de los que no han logrado, aún así, adaptarse y que prefieren autodestruirse a empezar de nuevo. Se hacen preguntas existenciales que se responden borrachos de exaltación, dejando así entrever el existencialismo del que fue precursor Stanislaw. También lo fue del teatro del absurdo, algo que sobrevuela “El éxtasis de los insaciables”. Ecos de Kant, Leibzniz y Heidegger en un texto exquisito en el que no siempre es posible entenderlo todo debido al caos que emerge en escena. Un caos en el que, sin embargo, subyace un orden misterioso de las cosas y un silencio que llega al final, sin avisar.
Una obra compleja y arriesgada en la que Mikolaj Bielski se consagra como hombre de teatro, dejando al público hambriento de todo el universo Stanislaw.
Comentarios de los usuarios