Quince años después, ‘El método Grönholm’ sigue abordando cuestiones universales y de actualidad

Fue el 15 de septiembre de 2004 cuando Carlos Hipólito, Cristina Marcos, Jorge Roelas y Jorge Bosch se subían al escenario para hacer la primera función de ‘El método Grönholm’ en Madrid. Otros actores lo hicieron antes y después en otros escenarios, dentro y fuera de España, y en cada una de sus representaciones, ‘El método Grönholm’ ha sido un éxito. En 2008, la historia dio el salto al cine con ocho protagonistas de renombre y coproducción argentina. La película se llevó dos Goya, un fotogramas de plata y tres premios de la Unión de Actores.

Jordi Galcerán construyó una trama y dibujó unos personajes que aún hoy, quince años después, siguen arrastrando al público a las salas de teatro. No en vano, desde Todos al Teatro fuimos testigos de cómo el Teatro Cofidís Alcázar se llenaba una vez más el 17 de enero.

En esta vuelta a las tablas, ‘El método Grönholm’ cuenta con un reparto de lujo: Luis Merlo, Marta Belenguer, Jorge Bosh y Vicente Romero. Cuatro interpretaciones notables que van adquiriendo cuerpo y ganando confianza según avanza la trama. No pasamos por alto el hecho de que Merlo, en algunos instantes, parece despistarse y de que Bosh se traba en alguna intervención. Sin embargo, comprobamos que, a pesar de estos pequeños fallos, el público ríe en multitud de ocasiones, sobre todo con el personaje de Luis Merlo. No es para menos, porque la historia, aunque se asienta sobre el drama de la mezquindad humana y la frialdad de las grandes corporaciones, está salpicada de humor. Los diálogos, inteligentes y ácidos, alejan la obra teatral de la versión cinematográfica, mucho más terrorífica. Esta comicidad es lo que la ha hecho tan popular a ojos de un público que, por lo general, gusta más de acudir al teatro a pasarlo bien.

El argumento es el siguiente: cuatro aspirantes se presentan para un cargo de directivo en una multinacional. A través de las distintas pruebas eliminatorias, los implicados van descubriéndose mientras reflexionan sobre el sistema de selección. La trama se desarrolla en la sala de reuniones de una gran empresa en la que nunca aparece nadie que les de instrucciones de las pruebas a realizar. Todo se mueve a través de sobres con notas que van encontrando en un cajón misterioso que se abre de vez en cuando.

El minimalismo de la escenografía, que parece querer pasar desapercibida, le confiere al conjunto de la obra un aire de terapia grupal, pues más que una sala de reuniones parece que estemos en la sala de un hospital. Esto ayuda mucho a que solo veamos a los personajes, que son lo realmente importante de la obra. Tres hombres y una mujer dispuestos a todo por conseguir un puesto de trabajo. ¿A todo?

Los cuatro actores defienden el texto de Galcerán con uñas y dientes. Conocen la responsabilidad que tienen al interpretar a este monstruo de la escena y por eso el mérito es, si cabe, mucho mayor que cuando se juega con un texto nuevo y desconocido para el público.

Sigue siendo, como hace quince años, un fenómeno teatral que no hay que perderse.