‘Demonios’, un potente drama sobre la insatisfacción
25/02/2017
Susana R. Sousa
“Demonios” es un drama retorcido, cruel, con dosis de humor negro y absurdo.
La primera escena nos resume la relación de la primera pareja protagonista. Ella (Paola Matienzo) aparece en bata y descalza, llorando en el salón de su casa, el salón propio de una pareja moderna que parece que lo tiene todo. Lo tiene todo, ríe por todo, llora por todo. Él (Alberto Berzal) llega a* casa con las cenizas de su madre en una bolsa y apaga la música que ella ha dejado puesta a un volumen muy alto. Hablan, pero no se escuchan. Se escuchan, pero no se entienden. Lars Noren, el autor, no nos da pistas de si esto siempre fue así o si es fruto de nueve años de convivencia, pero se detecta una tensión exacerbada y una relación destructiva que ya dura mucho. Se nota en ambos cierto esfuerzo en aparentar una dignidad que hace tiempo perdieron.
La escenografía de Juan Sanz Ballesteros y Miguel Ángel Coso Marín nos instala en una estancia urbana y de estética contemporánea. El salón está presidido por un luminoso que avisa de que estamos en un estado fronterizo: “State di confine”. Cuando la segunda pareja, vecina de la primera, entra en ese espacio fronterizo, se presiente un exceso que se irá perpetrando poco a poco gracias a la intervención de cada uno de los personajes, incluso de los que en un primer momento aparecen como inofensivos. La vecina (Ruth Díaz) y su marido (David Boceta) son una pareja joven con hijos que disfrazan su insatisfacción vital con un talante tranquilo y racional. Un talante que el whisky, servido en la cantidad adecuada, será capaz de transformar en una bomba de relojería emocional.
El ritmo de la obra va in crescendo hasta llegar a un punto en el que la historia parece recrearse en las miserias de los cuatro personajes, alargando en exceso la doble infidelidad y con un final inquietante que deja abierta la herida.
Julián Fuentes Reta se atreve con un texto complejo e intenso, a ratos incomprensible, que desafía las leyes lógicas y humanas. Hace tiempo que el público dejó de ser un ente pasivo en el acto teatral, en esta ocasión, además, es necesario que el público se implique para que la cuarta pared se rompa. Estamos ante un verdadero desafío.
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