Virginia Woolf vuelve a pedir ‘Una habitación propia’ para todas las mujeres
02/06/2018
Susana R. Sousa
En escena: una silla, una mesa y un piano…
«En Una habitación propia nos miramos directamente a los ojos. Cada tarde, algunos desconocidos y yo llegamos a entendernos íntimamente. Reímos y lloramos juntos. Hay caras que no olvido y quizás no volveré a ver. Ya somos desconocidos íntimos. Si yo soy Virginia Woolf, ellas y ellos también.» Clara Sanchis.
“Una habitación propia”, considerado ya como uno de los textos feministas de referencia, vuelve a despertar conciencias desde las tablas con una Clara Sanchis MARAVILLOSA. Antes de salir a escena, una vez que el público ha ocupado sus butacas (en la taquilla del Teatro Galileo el aviso de «no hay entradas» ríe feliz), escuchamos la voz de la propia Clara recordándonos que apaguemos los móviles. La interpretación pierde calidad si el actor se desconcentra y eso es muy fácil que ocurra si no apagamos el móvil.
Una vez hecho el recordatorio, Clara, Virginia, aparece en escena con un vestido verde (esperanza), un bolso marrón y una carpeta negra. Saluda a la audiencia y comienza. En ese instante, el teatro se convierte en una sala llena de estudiantes de una universidad femenina de Cambridge de 1928.
Imaginemos que Shakespeare hubiera tenido una hermana con su mismo talento ¿hubiera podido estudiar en la Grammar School?¿la hubieran aceptado, años más tarde, en el teatro en el que empezó a trabajar su hermano? ¿le hubieran publicado alguna poesía? ¿hubiera podido acceder a la corte y tener las amistades que tuvo William? ¿se hubiera convertido en la mejor dramaturga de todos los tiempos? Virginia Woolf lo tiene claro: No, porque “ la libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos. Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la menor oportunidad de escribir poesía”.
¿Por qué no hay obras literarias de mujeres hasta el siglo XIX? ¿Qué han hecho las mujeres hasta ese momento? ¿Por qué no han amasado fortunas, o levantado imperios como han hecho los hombres?
A través de un relato ficticio, la escritora elabora un ensayo en el que pone de manifiesto la realidad de la mujer de su tiempo. Su lugar secundario a lo largo de la historia y los esfuerzos del patriarca, del patriarcado, por mantenerla en ese lugar. El hombre ha necesitado que la mujer (la mitad de la población) se mantuviese en un segundo plano, pero, sobre todo, ha hecho todo lo posible para que fuera su espejo, un espejo que le devolvía la imagen del ser poderoso. Solo así ha podido mantener su dominio sobre la mujer a lo largo de los tiempos.
Clara Sanchis da vida a una Virgina Woolf inteligente, divertida y valerosa, que se mueve en escena como si llevara allí toda la vida. Un texto difícil que al interpretarse con el talento adecuado, alcanza niveles exquisitos. Una plática que te lleva a lugares que te hacen temblar. De lo divertido y brillante, selecciona María Ruiz lo esencial, de tal forma que la obra en escena se universaliza, evitando los lugares comunes y los nombres propios. De esta forma, el pensamiento y la vindicación de Virginia Woolf se materializan y perduran hoy con la misma fuerza y la misma ironía de entonces, pero sumando el asombro del desafío que supuso pensar y escribir algo así en aquella época. La libertad de pensamiento de Virginia Woolf es, aún hoy, un tesoro y ha sido, sin duda, la semilla que ha dado lugar a las posteriores luchas por la emancipación de la mujer.
Ella dijo «no odio a os hombres, no pueden herirme» y, sin embargo, se preguntaba cuál era el motivo del enojo que ellos profesaban hacia las mujeres. Un odio que estaba presente en la negación de la educación a las niñas, en el uso de la mujer como objeto, como musa, como entretenimiento, en la negación del acceso al trabajo más allá del cuidado de la familia y, por tanto, la negación de la independencia económica de tantas y tantas mujeres. Un odio que también estaba presente en lo que escribían sobre la mujer: sabios, filósofos o científicos, haciendo hincapié en su inferioridad intelectual.
Clara Sanchis, además de embelesarnos con su interpretación, lo hace con su música, pues nos regala un par de piezas al piano a lo largo del monólogo. Una música que suena incendiaria bajo la tormenta (que ruge fuera de la sala) como incendiaria y afilada es la palabra de Virginia Woolf.
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